Hace una cantidad enorme de años, nuestros antepasados miraban al cielo y veían un campo de luces. No sabían qué eran, pero apreciaron algo asombroso: Sus movimientos eran predecibles, y tenían coincidencias con las estaciones, las mareas y las cosechas.
Esta fue la base a fin de que todas y cada una de las etnias viejas inventasen la astrología. Y en pleno siglo 21 todavía amamos la astrología.
¿De qué forma era la cosmología del sol egipcia?
Los egipcios tenían una Doctrina Heliopolitana de la Creación. Según los curas heliopolitanos, antes de la Creación, solo existía el Nun, un cosmos acuoso, en tinieblas y en silencio, que en una traducción así sería como «la no vida». Esta concepción es, raramente, afín al acuerdo científico de hoy en lo que se refiere a que antes del Big-Bang, sencillamente no existía nada.
Ya que bien, el primer ente emergido de las aguas del Nun es Benben, llamado COLINA PRIMORDIAL. Lo coloco en mayúsculas por el hecho de que es esencial para después. Este término refleja en sentido figurado la aparición de la tierra en oposición al agua; es como los egipcios creyeron que se creó la tierra.
Recibió los nombres Antü, Inti o Kran. Fue el enorme constructor, el asegurador, el párroco de la lluvia y el tiempo.
Su muerte, a lo largo de los eclipses, sembró el pavor. Todo lo mencionado fue el Sol para nuestros pueblos originarios y asimismo un espéculo de sí mismos.
Nuestros pueblos originarios siempre y en todo momento miraron a las estrellas en pos de sentido. Wenu Mapu: de este modo llamaban a los mapuches a “la tierra del cielo”, habitada por dioses y vivienda determinante de los fallecidos. Un espacio donde las ánimas de los guerreros caídos en combate transmutaban en truenos y relámpagos, bajo el gobierno del Sol, dios del cielo, emblema inmortal y asegurador de esos que habitan la Ñuke Mapu —la Madre Tierra. Siempre y en todo momento con los ojos en el firmamento, los primeros pueblos que habitaron nuestro territorio levantaron la visión para ver —y también interpretar— los ciclos de las estrellas, la Luna y el Sol.
Esta mirada fue la que cautivó a Sonia Montecino, Premio Nacional de Humanidades y Ciencias Sociales, y la llevó a redactar con Catalina Infante el libro La tierra del cielo: lecturas de mitos chilenos sobre los cuerpos celestes . Los viejos cuentos sobre fenómenos galácticos y cuerpos celestes, apreciaron, estaban llenos de interpretaciones antropomórficas.