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El planeta islámico tiene, como es natural, mala prensa. Me desplaza a pensarlo, entre otras cosas, la lectura de un producto reciente de Fernando Peregrín Gutiérrez («La ciencia árabe-islámica y su revolución pendiente», en Gaceta de libros , núm. 63, marzo de 2002, págs. 19-25) en que el creador se interroga sobre las causas de los desgraciados hechos del 11 de septiembre de 2001 y cree localizar una en la frustración de las sociedades musulmanas por su retardo científico-tecnológico respecto de Occidente. Este retardo contrasta con el avance científico increíble de la Edad Media islámica que, increíblemente, no fue con la capacidad de efectuar o absorber una revolución científica afín a la europea. En el momento de buscar causas que justifiquen esta interrupción en el avance científico, Peregrín las halla bastante de forma fácil en el freno que piensa el islam. Según él, el apogeo de la ciencia en Europa hay que al avance del laicismo, a la independencia de las instituciones culturales (universidades, academias) en lo concerniente a la Iglesia. Nada afín al planeta islámico, en el que la única institución encargada de la enseñanza, la madraza, se dedicó, desde el siglo XII, al cultivo único de las ciencias religiosas ahora la capacitación de una élite intelectual que se desinteresó completamente de las ciencias precisas y fisiconaturales, o aun las prohibía. Para Peregrino, la ciencia árabe, aun a su edad de oro, estuvo siempre y en todo momento mediatizada por el islam y, por ese fundamento, no pasó de ser una preciencia o ciencia primitiva.
Alquimia y química
Es impresionante que al-kîmiya en árabe moderno se traduce “la química”, patentizando el ajustado nexo entre esta especialidad científica y la tradición alquímica. Esta última procuraba entender la activa de los materiales para editar (transmutar) unos en otros y conseguir no solo bienes, sino más bien asimismo antídotos y pociones.
En verdad, en el siglo XVII la alquimia era considerada una ciencia aproximadamente seria. Pensadores de la talla de Isaac Newton dedicaron gigantes porciones de su tiempo a su estudio, tal como a otros primeros científicos occidentales.
De una astrología/astronomía a una astrología y una astronomía
Como comentamos previamente, va a ser primordialmente desde el siglo XVII que comenzarán a darse ciertos cambios, tanto en la manera de meditar el link entre el cielo y los fenómenos terrestres en el campo de la astrología como en la manera de comprender desde el campo de la astronomía a las causas de los movimientos de los cuerpos celestes.
Con la iniciativa de devolver “mucho más precisos” los pronósticos astrológicos, ahora en el siglo II, Ptolomeo procuraba efectuar cambios en las lógicas para adivinar la «predominación establecida» de los cuerpos celestes en los hechos terrestres. Esta es un concepto que va a ser retomada por movimientos reformistas en la astrología occidental desde mediados del siglo XVI, que comenzarán a meditar en nuevos vínculos entre el planeta celeste y el terrestre.