En tiempos primordialmente científicos profesionales resulta que reaparece en las comunidades el gusto por saberes viejos como la astrología. Las cuentas y canales de astrología experimentan cierto revival, aseguran que entre la multitud joven y actualizada, alguna de la que se toma lo que es astrológico seriamente al paso que otra le aplica su mirada irónica frecuente. En todo caso, hay gente que regresa a ver el cielo (o, en su defecto, al Instagram) en pos de explicaciones a los temas humanos y al inexplicable carácter propio y del prójimo.
En el momento en que todo semeja tener explicación menos el algoritmo Fb o la fórmula de la Coca Cola, los humanos volvemos a estar sedientos espectacular y secreto. Max Weber calificó este fin de los secretos que transporta la contemporaneidad como el “infortunio de todo el mundo”, y tiende a ser acompañado por ciertas corrientes que desean regresar a encantarse a través de la superstición, el esoterismo, las conspiranoyas o la religión, todo en coctel, en este momento , con el pixel y el flúor. En la posmodernidad, donde se desmoronan las metarranaciones habituales, se dan estos movimientos tectónicos en el sustrato del conocimiento.
Astrología y astronomía
Si bien tengan nombres afines, no debemos confundir la astronomía con la astrología. La astronomía es una ciencia, que aplica el procedimiento científico a la observación y entendimiento del cosmos exterior en nuestro mundo, o sea, de la bóveda celeste, sus estrellas, planetas y elementos siderales.
Esta ciencia usa telescopios y otros instrumentos para conseguir conclusiones comprobables desde la luz de las estrellas y de las otras maneras de energía provenientes del espacio exterior.
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Con algo de ironía y fuerza de soberbia, la nota Contra la Astrología publicada en Gaceta Anfibia a fines de diciembre nos ofrece pasar la página del astrología y confinarla de una vez y para toda la vida en el sitio del mítico, del arcaico. Y por consiguiente del fallo y la falsedad. La ciencia puede probar extensamente la falta de consistencia experimental de la astrología y la falsedad de sus argumentos, afirma el creador. Frente ese razonamiento, entonces, no habría considerablemente más que decir. A menos que reconozcamos que hablamos de un falso planteo.
Para lograr realizar esta afirmación Alberto Colorado efectúa tenuemente una operación discursiva: pone la discusión en el lote del lenguaje científico, con todo cuanto esto supone como alegato de poder. La ciencia, y con ella todo razonamiento que se recubre de cientificidad, disfruta de autoridad por el hecho de que es un alegato hegemónico, un mecanismo que sobrepasa la práctica científica en sí y sus desenlaces. Como alegato de poder marcha desplazando del campo de lo legítimo, del espacio de lo verdadero, cualquier forma de conocimiento a través de su clasificación como no-científica. Pero antes, para lograrlo, un alegato de poder debe imponer y naturalizar un sistema de categorías de pensamiento. Colorado parte y se asegura desde la autoevidencia compartida de estas categorías, y define los términos en los que se genera el enfrentamiento. ¿Qué es el entender hegemónico, sino más bien la aptitud de imponer los términos en los que pensamos la verdad, los métodos y los límites? Sería absurdo entonces ingresar en discusión con el lenguaje dominante en el momento en que la astrologia ES otro lenguaje, otro modo de crear conocimiento que no se fundamenta ni en la prueba de la ciencia actualizada (si bien tiene su iniciativa de prueba) ni en la separación naturaleza-cultura, ni en la iniciativa de sujeto como agente único separado de un horizonte «natural».
¿Qué es la astronomía?
La astronomía es una ciencia que estudia el cosmos y todos y cada uno de los elementos. Estudia asimismo los fenómenos que afectan a los cuerpos celestes, sus movimientos y hábitos esperables.
Entre los cuerpos celestes están los planetas, estrellas, satélites, estrellas, meteoroides, materia interestelar y materia obscura.